La puerta del Llano se abre y se divisa el infinito
Muchas personas de esa hermosa tierra tenían la ilusión de que el Opus Dei iniciará sus labores en Villavicencio y, sin ceremonias, ni inauguraciones, con la naturalidad de un niño que aprende a caminar, en el año 2013, acudió a predicar un retiro mensual el sacerdote del Opus Dei, Cipriano Rodríguez.
A Villavicencio, la capital del departamento del Meta, a unos 105 kilómetros de Bogotá, la conocen como “La Puerta del Llano”, pues por allí se llega a esa extensa llanura de más de 250 mil kilómetros, que llega hasta Venezuela y que se pierde en la distancia hasta la selva del Orinoco.
Es una tierra bendecida, famosa por su gastronomía, su amplia cultura, su música, su gente recia, fuerte, siempre cordial y amena, trabajadora y conocida por su persistencia en llevar el sustento a medio Colombia; no sin razón se le llama “la despensa” del país. Allí se produce plátano, yuca, arroz, palma de aceite, caña, piña soya, aguacate, y cientos de productos más; es un territorio ganadero, por excelencia.
A esa tierra tan importante para todos, y que en el pasado sufrió como ninguna los rigores del conflicto armado, quiso visitar el Papa Francisco durante su viaje en el año 2017: estuvo allí el viernes 8 de septiembre y en su homilía en el complejo ganadero Catama, les dijo a los miles de asistentes que acudieron a escucharle: “La festividad del nacimiento de María proyecta su luz sobre nosotros, así como se irradia la mansa luz del amanecer sobre la extensa llanura colombiana, bellísimo paisaje del que Villavicencio es su puerta, como también en la rica diversidad de sus pueblos indígenas”.
El Pontífice tuvo también ese día un “Gran encuentro de oración por la reconciliación nacional en el Parque Las Malocas” y luego, a pocos metros de la Cruz de la Reconciliación en el Parque de los Fundadores, sembró un guayacán, árbol que es el símbolo de la Orinoquía.
Muchas personas de esa hermosa tierra tenían la ilusión de que el Opus Dei iniciará sus labores en Villavicencio para que pudiera ser un punto de ignición para la región.
Sin ceremonias, ni inauguraciones, con la naturalidad de un niño que aprende a caminar, sin grandes montajes, en el año 2013, invitado por esos primeros entusiastas, acudió a predicar un retiro mensual el sacerdote del Opus Dei, Cipriano Rodríguez. Acudieron a una parroquia para pedir el favor que les permitieran utilizar un salón para las charlas y poder celebrar allí la Santa Misa.
En Villavo siempre hay actividades para compartir
Cuenta Astrid Jaramillo, una de las primeras supernumerarias, un hecho que se convirtió pronto en una anécdota memorable de los inicios.
En esos momentos, no contaban con un confesionario; entonces, con ingenio, consiguieron una cortina para salvaguardar la intimidad del sacerdote y del penitente… Todo funcionó bien, pero de un momento a otro, apareció por allí una señora que vio aquello y preguntó intrigada, detrás de la cortina: “¿ay, Dios mío, a dónde llegué?”, y escuchó una voz al otro lado de la cortina: “Has llegado al cielo. Es el cielo”, le contestó el Padre Cipriano. La risa no se dejó esperar.
Club de niñas
Esa fue una de las primeras actividades que hizo que el número de amigos que acudían a las actividades de formación de la Obra comenzará a crecer. Como la necesidad crea el órgano, y ante un número de asistentes siempre creciente, se plantearon buscar un lugar más amplio. Un sacerdote agregado del Opus Dei, que era capellán castrense de la Policía en Villavicencio, consiguió la autorización para utilizar un quiosco. Resultó de gran utilidad y allí tenían las celebraciones litúrgicas, las charlas y las primeras reuniones.
En los Llanos Orientales, de un momento a otro, cuando menos se piensa, puede caer un aguacero que parece interminable y de gran volumen.
Club papás
Uno de esos fenómenos atmosféricos sorprendió a los asistentes a la Santa Misa que se estaba celebrando en el famoso quiosco. “No sabíamos si llovía más adentro o afuera. Nos empapamos todos los asistentes, nos tocó agruparnos en el centro porque en las orillas era imposible permanecer de pie. Agrupados, impresionados, escuchando el estruendo de la lluvia y los relámpagos, permanecimos en silencio varios minutos y sólo atinamos a decir de vez en cuando: “¡Ay, Dios mío!”.
“Al rato, amainó y entonces, como ya había terminado la Santa Misa, aprovechamos para planear las diferentes actividades que podríamos desarrollar en Villavicencio”, agrega María Camila, otra de las primeras villavicenses del Opus Dei.
Reunión de parejas que se hace una vez al mes
A las pocas semanas, nacieron varios clubes: de mamás, de papás, de niñas, de lectura, de parejas y montaron hasta un ropero para conseguir prendas y luego venderlas a precios económicos a familias de escasos recursos de la región.
“Es un roperito, pero les ha ayudado a personas mayores, a profesionales jóvenes, pero especialmente a pensar en los demás, renunciando a algo propio y dedicando tiempo a esta labor”, cuenta Juliana, que acude cada mes a Villavicencio desde Bogotá a acompañar los medios de formación de la Obra.
El ropero
De estos clubes surgieron también los primeros medios de formación espiritual como cursos básicos, catequesis, círculos y retiros espirituales. Se volvió regular que, al menos, cada mes un sacerdote fuera a confesar, celebrar la Santa Misa, dirigir ratos de oración o meditaciones y asesorar a los encargados de las actividades. También viajan desde Bogotá laicos del Opus Dei para dar charlas sobre virtudes, formación espiritual e impulsar y animar la labor apostólica de quienes viven allí.
NACE “RUMBOS”
Con el paso de los días, llegaron las primeras vocaciones del Opus Dei en Villavicencio. Los encuentros familiares, los clubes, las diversas actividades originaron el nacimiento del programa “Rumbos”.
Este es el grupo que va en el segundo año
“En las reuniones de padres, surgió la idea de contribuir con la formación académica y espiritual de niños y jóvenes estudiantes de Villavicencio de escasos recursos económicos. El programa dura 3 años y comienza con alumnos de noveno grado. Se habla con los padres, con los colegios y sobre todo, con los muchachos, para observar si, de verdad, pueden tener interés y que opten libremente por ingresar a “Rumbos””, explica María Camila.
“Los sábados, muy temprano, un vehículo los recoge en sus casas, reciben sus primeras clases, a las diez de la mañana tienen su refrigerio, siguen con sus charlas y al mediodía, se les ofrece un almuerzo y el transporte los devuelve a sus hogares”, cuenta María Camila.
Grupo de Rumbos con los profes
“El programa “Rumbos” contribuye con una formación en valores y virtudes, pero también se les acompaña en las pruebas académicas del Estado y, a quienes tienen calificaciones suficientes e interés, se les ayuda con becas para el ingreso a la universidad. Al principio, contamos con la colaboración de Monte Verde, un club ubicado en el barrio Kennedy en Bogotá, donde mantienen desde hace varios años un programa juvenil muy similar”, agrega.
“Amigos, padres de familia, empresarios contribuyen económicamente con los gastos que ocasiona “Rumbos”. Los muchachos cancelan cada mes diez mil pesos para mostrar así su interés por participar. Al rector del Colegio Cristo Rey le pareció interesante el programa y nos facilitó las instalaciones para las reuniones sabatinas. Hasta el momento se han beneficiado más de un centenar de muchachos”, dice Andrés, esposo de María Camila, y quien también ha participado en el impulso de la labor del Opus Dei en esta tierra desde el inicio.
Club de niñas y mamás
Ni siquiera la pandemia del Covid-19 detuvo el ímpetu en Villavicencio. Con el uso del internet, estuvieron muy unidos en oración y en diversas actividades.
Gracias al empeño de las supernumerarias, de cooperadores y de los amigos, montaron el primer centro cultural al cual bautizaron Los Jobos, en homenaje a una planta de la región que produce sombra pero, sobre todo, frutos por doquier, de gran sabor y son empleados en multitud de platos gastronómicos.
En este centro se adelantan hoy en día las actividades de los diversos clubes y siempre habrá un recuerdo especial de aquel aguacero en aquel quiosco que los impulsó a intensificar la oración y del cual nacieron tantas iniciativas y frutos.
Club niñas
Ahora, con ocasión de la Navidad, las niñas que acuden por estos días al club montan un pesebre, porque además de estudiar, también rezan y son excelentes cantantes de villancicos a ritmo de joropo.
Los villavicenses hacen honor a su gran corazón haciendo eco con sus obras de las palabras de San Josemaría, gran inspirador de toda esta labor: “nuestra tarea es colaborar con todos los demás cristianos en la gran misión de ser testimonio del Evangelio de Cristo; es recordar que esa buena nueva puede vivificar cualquier situación humana. La labor que nos espera es ingente. Es un mar sin orillas, porque mientras haya hombres en la tierra, por mucho que cambien las formas técnicas de la producción, tendrán un trabajo que pueden ofrecer a Dios, que pueden santificar”.
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